martes, 18 de noviembre de 2014

¡Más alto!


Me senté a esperar el tren cómo quien espera que Dios de pruebas de su existencia,  para así,  sentirte mejor contigo mismo cuando le pides cosas y después niegas tu fe, a diferencia  que yo, mientras esperaba el tren, la única prueba que necesitaba de que el tren existía, era el viento que corría por el andén, atrayente,  suspicaz.
En aquel momento sentí miedo.
Verdaderamente,  nuestro mayor miedo, es sentirnos fuera de lugar, nuestro mayor miedo es esa fuerza desmesurada, esa que nos demuestra que nos asusta más nuestra luz, y no nuestra oscuridad.
Empequeñecerse no ayuda al mundo, no hay nada inteligente en encogerse para que los demás no se sientan pequeños a nuestro alrededor.
Estoy segura que todos deberíamos brillar como hacen los niños, de que el mundo sería un lugar mejor si todos fuéramos pisando fuerte y con la cabeza bien alta,  al dejar brillar nuestra luz, estamos dando, inconsciente, libertad al resto del mundo para ser igual de felices que nosotros.
Pero nunca,  nunca a costa de nada ni nadie

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